Rodrigo Lanza, antifascismo y 'prietas las filas': adiós al pensamiento crítico

  La RAE define antifascismo como "tendencia contraria al fascismo". Punto. Es una definición concisa y general, que requiere acudir al término antagónico si se quiere conocer su significado. La descripción, en cualquier caso, no dice nada sobre agredir a nazis. Y no lo hace porque esa violencia acercaría al fascismo a quien la ejecuta. Hoy, sin embargo, el concepto se ha desvirtuado y no son pocos los que entienden que el buen antifascista, el verdadero, el de pura cepa, necesariamente debe prodigarse en la caza de fachas.

  Yo, nada amigo de las etiquetas, no tengo en cambio ningún problema a la hora de declararme abiertamente antifascista. Y nunca me ha dado por salir a perseguir fachas. Supongo que eso, a ojos de muchos, me hace menos antifascista que otros. También me repugnan la pederastia y la violencia de género, por ejemplo, pero no me dedico a golpear a pederastas y maltratadores. No sé si eso también me convierte en un contrincante menos puro en esa lucha. Las vías que muchos utilizamos para combatir esas perversiones son otras. Puede que sean más o menos eficaces, pero no se adentran en el terreno de la degradación moral, aquello que precisamente se quiere erradicar. 

  En mi barrio, Vallecas, conozco a decenas de personas cargadas de ideología a las que les asquea la violencia de la ultraderecha. Siempre soy el primero en aplaudir su discurso, pero en estos días me da miedo entrar en Facebook y comprobar el doble rasero de algunos a la hora de hablar del caso de Rodrigo Lanza. Porque lo de liarse a hostias con una persona hasta matarla es de miserables, sea la víctima nazi o no, pero hoy en las redes no faltan esos que encuentran todo tipo de excusas para justificar la brutalidad. 

  Matar es un crimen, sí, pero depende de quien lo cometa. Si es un tipo rapado y con el aguilucho tatuado en el pecho, es un hijo de puta. Si el que odia y mata es de los míos, entonces habrá que investigar por qué odia y por qué mata ("es que el otro era nazi", dicen). Y a lo mejor resulta que llevaba razón en matar, porque defiende mis símbolos y comparte mi bandera. Es el "prietas las filas": el réquiem del pensamiento crítico.

  Sucede, además, que se intenta llenar de más mierda el asunto acudiendo al concepto de 'fake news'. Los medios de comunicación mienten y manipulan. Y como manipulan, es muy probable que un tipo que se arranca a trompazos con otro hasta matarlo, ese tipo que defiende lo que yo defiendo, no sea tan chungo como dicen. A lo mejor ni siquiera ha hecho lo que dicen que ha hecho. Puede que ni siquiera estuviese allí. De nada sirve que Lanza haya reconocido los hechos ante un juez: siempre hay fanáticos que están dispuestos a dudar de todo.

  Vivimos tiempos jodidos. Sabemos (¿sabemos? ¿de verdad lo sabemos?) que la bandera, la ideología y el dogma son entes cerrados que limitan la razón, pero nunca dejamos pasar la oportunidad de proteger aquellas convicciones de las que no queremos desprendernos. Los medios manipulan, decimos, pero manipulan sólo los que yo digo: los que yo leo no manipulan, esos informan. El enemigo, decimos, es abyecto, violento e inmoral; el acto del que piensa como yo, perpetrado en idénticas condiciones que las del enemigo, es virtuoso. Y así. Sólo nos falta etiquetar y mandar al otro bando a aquellos que traicionan nuestra causa, a esos que se desmarcan del extremo. Tampoco hay que descartarlo: no me extrañaría que después de leer esto aparezca alguien que acabe llamándome 'facha'.